Nadie más queda. Sólo él. Él, que
se había encerrado. En su cuarto. En su apartamento. Su mundo. ¿Lo sabrá?
Entonces… ¿por qué sigue actuando así? ¡¿Por qué no sale?! ¿O no ve que no hay
nada más allá afuera?
Sólo queda él (que ni siquiera es
él). No. Por algo rompió todos los espejos. Ya no le sirven. El pelo largo. Su
barba una selva. Y los huesos sobresaliéndole de la flacura. No es él.
El tiempo debía haber ayudado,
pero parece que lo empeoró todo. Si, tenían razón en eso: la olvidaría. Ya la
había olvidado en realidad. Pero no lo que le provocaba. Para nada. Eso seguía
ahí dentro de él, dándole puntadas en el estómago, quitándole el poco hambre
que le quedaba, provocándole lágrimas imposibles de rastrear.
Se entregó al tiempo. Se dejó
estar. Quedó esperando una solución. Alguna palabra determinante que lo sacara
de esa situación de incertidumbre. Armándose de paciencia. Y sí, de alguna
forma u otra, el tiempo pasó. A regañadientes, suplicando, pero pasó. Fue lo
único que siguió adelante.
Siguió esperando(la).
Se levantaba a sobresaltos de la
cama ante algún ruido y corría hacia la puerta. Aún ahora, que la reja del
ascensor abriéndose o unas llaves chocando entre sí solo podían ser ilusiones.
Sonidos dentro de su cabeza. Repeticiones de un pasado que ya no volvería más.
Ella tampoco.
Cada vez le fue siendo más
difícil recordar. Qué hacía. Qué había pasado. Quién era. No podía responderse
así que decidió dejar de preguntar. Ahora sólo se queda acostado. A veces
escucha música y una canción parece aclararle todo. Traer algo a la memoria... Alguien... Una mujer... Pero arranca el siguiente tema. Y él se apaga.