domingo, 30 de noviembre de 2014

El arte de caminar bajo la lluvia

Miralo. Está ahí y al mismo tiempo no está. ¿Cuánta gente hará lo mismo? Sus ojos inútilmente dirigidos a un profesor que sigue hablando, o hace que habla, la verdad que sería imposible para él discernirlo.

Oscurece sin anochecer. Las nubes poblando cada vez más el cielo hasta envolverlo. Relámpagos y truenos. Luz y sonido. A destiempo: primero uno y después el otro. Previsible.

Él está pendiente de todo ello. Mira las gotas golpear contra el vidrio de ese aula y sonríe con tanta inocencia que da una imagen tensionada entre lo cursi y lo patético. ¿En qué pensará…?

¿Vos decís? Sería lo más lógico: que esté abstraído de la situación, que lo mismo le daría que lloviera o que se incendie el salón. Que esté enamorado… Palabra pomposa que poco tiene que ver con lo que realmente suele suceder. Aunque en este caso, podría ir, ¿no? Pero… ¿los hombres se enamoran? A lo que voy… ¿los hombres pueden mostrarse enamorados sin querer aparentarlo?

Perdón, me estoy yendo por las ramas. Además, yo no creo que sea una mujer la que le saque esa sonrisa idiota que tiene intacta hace varios minutos.

Jajajajaja. No, ¡tonta! No digo que patee para el otro lado. Quiero decir que siento que está disfrutando de esta tormenta cada vez más fuerte. Sí, sé que parece no tener sentido porque en 15 salimos y ni siquiera trajo un paraguas.

Parece una locura pero mirá, quiero mostrarte esto.

Es algo que vine garabateando las últimas semanas. No se lo mostré a nadie antes, me da un poco de cosa lo que puedan pensar. Además me siento una boluda, o me sentía… No sé, te juro que tengo un pálpito, intuición femenina, como dicen. Y tiene que ver con él: me lleva a creer que piensa igual que yo, que puedo mostrarle esto que escribí y va a... digo, al menos, no va a verlo como una idiotez.

En fin, tomá, vos leelo. Pero mejor no me digas nada después. Es más, ni me lo devuelvas, rompelo, quemalo, hacé lo que quieras… pero no dejes que haga esa boludez de dárselo a él cual poema romántico.


El arte de caminar bajo la lluvia

Pocas cosas son tan interesantes como que una tormenta lo agarre a uno caminando por la calle. La mayoría de la gente actúa maquínicamente: sacan sus paraguas, los abren y continúan su caminata como si nada. Pobres, no saben lo que se pierden.

Yo por suerte pertenezco a esos pocos que detestan a esos elementos del demonio que extinguen la posibilidad de recibir placenteras gotas sobre la cabellera. Y sí, lo admito, esbozo una sonrisa con sabor a victoria cada vez que veo cómo el viento hace estragos con uno de ellos.

Nosotros, al descubierto, tenemos que estar sumamente atentos. Es alta la probabilidad de pisar una baldosa engañosa y caer en esa terrible desgracia de empaparse el pie, llegando el agua inclusive hasta la media.

Los descuidos pueden ser terribles. Basta con llegar medio distraído a una esquina para quedar empapado de pies a cabeza, puteando a cuatro vientos al ser la víctima de una de las pocas diversiones de un chofer de colectivos.

Y si estamos llegando tarde… Mayor es la complejidad.

Hay que encontrar el punto justo de la velocidad, haciendo una caminata rápida que resulta muy ridícula a la vista pero que es totalmente preferible a la vergüenza que provocaría patinar y caer al suelo empapado.

Ningún carril de la vereda nos conforma del todo. Para evitar mojarnos –más aún- tratamos de ir pegado a los locales y edificios, aprovechando los techos que encontramos. Hasta que algún borde que sirve de canaleta nos juega una mala pasada y el agua nos cae en los ojos o en la boca. Allí maldecimos, nos “limpiamos” con la manga mojada del buzo y nos mudamos al otro extremo, el que está más pegado a la calle. Seguimos un rato por esa vía hasta que nos damos cuenta de lo empapados que estamos, y buscamos refugio volviendo a la primera elección (como si no solo fuéramos a dejar de mojarnos sino que encima nos secaríamos de inmediato)

Ese proceso se repite varias veces, yendo de lado a lado en un camino sinuoso que se ve más obstaculizado aún por la presencia de los otros.

Seguramente de ahí venga tanto resentimiento. Y cómo para no: vas pegado a las paredes, mendigando techos y viene uno de ellos sosteniendo su “querido” paraguas mirándote fijo con cara de “soñá que me voy a correr”. Y vos no te achicás tampoco, le ponés esa cara de culo que tan bien te sale y te mirás a vos mismo, goteando por todos lados. Finalmente el enemigo termina pasándote pegado a tu hombro, con mirada altiva y con el arma a media altura, cosa de poder encajarte una varilla en el ojo “sin querer”.


Qué cosa che, esto se volvió un manifiesto anti-paraguas. Pero bueno, quién sabe… capaz alguno lea estas líneas y deje caer, avergonzado, el dichoso artefacto para así poder experimentar ese placer –antes oprimido- de caminar bajo la lluvia. 

jueves, 11 de septiembre de 2014

Consumirse

La oscuridad monopolizaba el lugar. Sólo había silencio.

Algo interrumpió.

Ese inconfundible y efímero sonido que aparece al raspar la cabeza roja de un simple fósforo de madera.

La tenue luz delató tu presencia. Tu dedo pulgar e índice sosteniendo esa lumbre. Tus ojos, apenas descubiertos en las tinieblas, molestos ante esa mínima ruptura de la bella oscuridad.

El fuego iba consumiendo la madera hasta quemar tus yemas. Pero vos permanecías inmutable.

Algo superior había ocurrido. Ese placer que –adivinaba- reflejaba tu rostro no era consecuencia del regreso a las penumbras.

Porque no era un regreso (me explicarías más tarde).

Pero esa oscuridad, que no era aquella oscuridad, no era lo único que estaba aconteciendo.

Un aroma en forma de humo. Un fino hilo que se filtraba por la nariz. Y allí realmente te relajabas, como si fuera todo lo que necesitabas, todo eso que habías estado deseando.

Ese mismo sueño se repitió varias veces, varias noches. Hasta que logré interpretarlo. Hasta que finalmente pude descifrar tus intenciones.

Después de semanas enteras viendo tus fotos, recorriendo esos lugares que habían sabido ser nuestros.  Luego de un insomnio cargado de inentendible culpa, de ese ferviente deseo de haber sido yo y no vos.

Todo pareció tan claro en ese instante. Entender que yo permanecía ahí en alguna oscuridad, inhalando ese melancólico humo que dejaste al apagarte.


viernes, 25 de julio de 2014

El clásico

RELATOR (Sergio Rojas)              
COMENTARISTA (Mario Gutiérrez)
CAMPO DE JUEGO (Miguel Ángel Paz)

RELATOR: -Buenas tardes a nuestros oyentes, hoy nos reunimos con motivo de un encuentro de esos que siempre da gusto ver. Dos rivales, cuya enemistad es casi tan grande como su complementariedad.  No fue una buena temporada para la pareja de enemigos, una fuerte pelea con un matrimonio amigo los dejó solos para su desgracia o fortuna, vaya uno a saber.

Por un lado tenemos a Javier que, pasando la barrera de los 35, desea con todas sus ansias irse a Uruguay, los dos solos, a pasar navidad y año nuevo.  Sin embargo, no tendrá una tarea fácil ya que por el otro túnel en cualquier momento saldrá Mariel con sus 32 perfectamente disimulados y con el estandarte de la familia sobre ella, promoviendo a los 4 vientos una reunión con los padres de ambos que se convertirá en una cena campal.

Cabe aclarar que ella lo tiene de hijo, es difícil recordar cuál fue la última victoria de Javier. Quizás el partido que tenemos más fresco es el de hace dos años cuando tuvieron que decidir la decoración de la nueva casa.

Los cuadros con los que uno se choca al entrar son el recordatorio de esa bochornosa goleada que sufrió Javier.

Pero bueno, hoy tenemos un nuevo encuentro y las chances, junto con las esperanzas, se renuevan.

A mi lado está mi colega y cónyuge desde que tengo memoria, el gran Mario Gutiérrez. 

COMENTARISTA: -Es un honor poder estar aquí con vos, Sergio. Como ya se anticipó, hoy tenemos ese encuentro del que todos están pendientes, ese que cuando se larga el fixture es el primero en el que todos se fijan. Y por alguna rara razón, de esas que hacen tan hermoso y real a todo esto, se dio que se encontraran hoy, donde todo se define.

RELATOR:-Mi compañero está en lo cierto, y es que desde principio de año todos pronosticaban que hoy sería una final, con los dos teniendo un año dorado como resultan ser –siempre- los primeros de la convivencia. Pero tenemos un panorama totalmente distinto: la típica vida de la parejita feliz que ya había mostrado la hilacha el año pasado con esas vacaciones frustradas que hicieron tambalear un poco las cosas, se ve ahora en decadencia para la sorpresa de todos. Podría decirse que esta tarde nublada ambos van a estar “jugando por nada”.

COMENTARISTA:-Permitime corregirte algo, cualquiera que viera la tabla creería eso, cualquiera que tenga su anular desnudo. Cualquier artista del matrimonio (como vos y como yo) sabe que en estos partidos nada tienen que ver los puntos que tenga cada uno. Acá se ponen en juego cosas mucho más vitales, importantes y reconocidas. Acá hablamos de honor y de orgullo. Llegando a fin de año se vuelve a repetir la discusión de siempre: ¿dónde pasar las fiestas? Lo que termina volviéndose una odisea…

RELATOR:- Pero sin más preámbulos,  dejo lugar a lo que realmente vinimos a ver. En el campo de juego ya está ella, con un vestido de verano holgado, que deja imaginar un sinfín de figuras bajo su tela, el pelo envuelto en un rodete, como para que no la distraiga en su lucha. Casi que esboza una sonrisa al ver que por la puerta del garage entra su rival y marido, pero se da cuenta que eso sería una muestra de debilidad, así que vuelve a poner su mejor cara de póker, desviando su mirada.

PERIODISTA DE CAMPO:- Así es mi querido Sergio, a paso firme entra Javier, hoy vestido de traje azul con algunas hilachas colgando y el cansancio característico en su rostro. Cierra la puerta bruscamente y  pasa pegado a su mujer, sin saludo mediante e ignorando su presencia. Está con mucha bronca, sabe que ni una victoria hoy va a mejorar su pobre imagen en esta campaña.

RELATOR:-Muchas gracias por los detalles Miguel, ¿cómo ves el campo de juego? ¿Está a la altura de un partido de tal magnitud?

PERIODISTA DE CAMPO:-Quisiera poder decir que sí, pero la verdad es que tenemos un terreno vergonzoso. El polvo está instalado en todo el cuarto a flor de piel y hasta hay alguna que otra prenda tirada en el piso, obstaculizando el paso. Aunque esto no sorprende, es el fiel reflejo de la actuación de ambos.

COMENTARISTA:-Esto no es ninguna novedad, es que en cada discusión importante, el desorden es moneda corriente. Es casi un arma intencional que usa ella, una forma de demostrarle a él que, de las promesas que se hicieron en el 2000 ante cientos de testigos, ni la mitad se cumplieron.  El descuido y la poca preocupación le ganaron el terreno a la grandeza que años atrás los caracterizaban.
Y hoy volverán a verse las caras en una discusión que culminará en la elección de la sede de las fiestas de fin de año. Roguemos que sea frenética como nos tienen acostumbrados.

RELATOR:-Bueno, ya está todo dispuesto para comenzar el encuentro, Mariel le clava los ojos a su rival, quien asintiendo con la cabeza le da el ok. Suena un pitido aislado que, por lo que podemos apreciar, viene del microondas de la cocina.

Y ella no pierde el tiempo, se lanza entre tropiezos al ataque mediante reclamos y quejas, tibias aún.  Empieza a querer llamar la atención de Javier excusándose de que este olvidó arreglar la luz de la entrada. Ambos saben que dicho desperfecto es algo que poco les preocupa a los dos, pero al fin y al cabo cumple con su cometido y lo mete al pobre hombre en el partido inconscientemente.

Ella levanta la voz. Se pone frenética. No vacila y le dice que no lo reconoce… Que no es el mismo. “¡Que me ibas a hacer felíz, que íbamos a ser una hermosa familia!…” exclama lanzándole el repertorio de promesas rotas.

Pero él sin hacerse problemas le responde que las personas cambian (gracias a Dios), poniendo en órbita la pelota de forma soberbia.

COMENTARISTA:-Por fin me hicieron levantar de la silla, aunque el defensor haya podido despejar ese centro envenenado sin problemas. Mientras esperamos, inocentemente, que devuelvan la pelota que desapareció mágicamente en el centro de la popular.

Ahora que ya estoy parado, más vale que no me hagan sentar de nuevo, consideren que ya soy una persona mayor.

RELATOR:-Perdoname Mario, ¡pero la pelota queda bollando en la medialuna del área que protege Javier!

Ella entra con total libertad y lo acusa con palabras secas pero certeras:

 “Nunca te animaste a presentarme ante tus padres, ¿tanto te avergüenzo? “

COMENTARISTA: Hay que tener en cuenta que su casamiento –casualidad o causalidad- había caído justo cuando los padres de Javier estaban en un crucero, así que no habían podido estar presentes en la boda.

RELATOR: Él sonríe tímidamente, sabe que ella tiene razón y parece que va a ceder, pareciera que vamos a tener la primera emoción de la tarde…

COMENTARISTA: ¡TRAVESAÑO! Se arrepiente a último momento y la pelota sale disparada hacia la tribuna.

RELATOR: Javier “recuerda” que sus padres se iban todo diciembre a España a visitar a su hermana. Y encima da vuelta la situación ahora quejándose de que ella decidió fijar esa fecha, a pesar de los reiterados comentarios de su marido sobre la situación.

Hoy sí que no es el día de suerte de Mariel, en un partido chato, el larguero le impidió robarle un sí de la boca a su pareja. Esto sigue 0-0, por ahora.

El rebote favorece a Javier que la duerme con el pecho y la envía verticalmente hacia el otro extremo de la cancha, en lo que podría llamarse su primer ataque. Con dos pases ya llega al área grande y es letal con sus palabras: “¡Por lo menos siempre te fui fiel!” dice enérgico y seguro de sí mismo. El remate es inatajable, palo y a la bolsa. 1-0 para Javier que parece encontrarse con el gol casi sin buscarlo.

COMENTARISTA:-Esto si que es un golpe bajo Sergio, es la llevada a la práctica de un perfecto contraataque. El pilar de las leyes del fútbol- y la vida- : los goles que no se hacen en un arco, se hacen en el otro. Y así fue, nada pudo hacer Mariel que ahora está en desventaja cuando parece restar poco para que se nos vaya la primera etapa.

RELATOR:-Mariel no para de hablar ahora, buscando el espacio para filtrarse. Sabe que queda poco tiempo y un gol es vital en este momento si quiere pensar en una cena familiar. Javier está tranquilo con su ventaja y sabe que su golpe (que al finalizar el partido corroboraremos qué tan legal fue)  desbarató todos los planes de su rival que no sabe qué hacer.

Hasta le ofrece un abrazo amistoso, como compadeciéndose de Mariel, pero ella casi ofendida lo saca y entre balbuceos se tira al suelo, simulando y acusando a Javier de algo que no queda muy claro.

COMENTARISTA:-Puede verse claramente como ante el roce del rival Mariel se tira a la pileta, pero el propio contrincante sabe que es demasiado bueno (léase boludo) como para continuar la jugada. Siempre la misma historia…

RELATOR:- Ella deja caer unas lágrimas (cada vez más) sobre su mejilla y entre sollozos le pide perdón por la discusión, y que olviden todo porque ella no quiere pelear, rematando con un “Vayamos a Uruguay amor, si eso te hace feliz”.

Su esposo se ablanda y le ofrece la mano, tratando de llegar a un acuerdo beneficioso para ambos.

Esperen, ella aprovecha la distracción y lo toma del codo. “Nunca me diste un hijo” recrimina Mariel. Pero su esposo está débil, y sólo puede quedarse mirando como un idiota a su mujer con el maquillaje corrido y las lágrimas llegándole al cuello.

No tiene ánimos de retrucarle nada, así que se enmudece. Mariel celebra el gol burlándose de la culpa y su propia conciencia que quedaron en el piso, exhaustas por la corrida.

COMENTARISTA:-Si dicen que la vida es injusta, ¿entonces qué le queda al matrimonio? Este “deporte” tiene esas cosas maravillosas como la que acabamos de presenciar: un equipo que estaba perdido, casi en knock out, con la mente nublada, y aprovecha la distracción del rival para meter un gol cuando de fondo se escucha un timbre que, ambos saben, bajará el telón de la primera parte.

PERIODISTA DE CAMPO: Te interrumpo, la calentura que tiene este muchacho no tiene nombre. Patea el micrófono de ambiente y se estrella la mano contra el espejo del comedor, astillando mucho más que un simple vidrio. Con la mano ensangrentada lanza unas puteadas al aire y se encierra en el baño en lo que, me parece, es una de sus decisiones más inteligentes esta tarde. Por mucha calentura que tenga, sabe que no puede culpar de su vida a su mujer, aunque tenga ganas de matarla.

Esto es una bomba de tiempo, algún día tendrá que explotar.

RELATOR: Ella sigue ahí en la cocina, ahora que nadie la ve, muestra desinhibida una sonrisa que lejos está de ser inocente. Abre la canilla y deja que el agua fría caiga sobre los platos sucios, a ver si puede hacer más leve la alta temperatura que se respira en el departamento.

COMENTARISTA: No hace falta aclarar mucho más, los que siguen de cerca la historia de esta pareja saben que esta es una imagen común cuando las cosas se ponen feas. Y ahora seguramente Javier entre a darse una ducha, ¿estoy en lo cierto Miguel?

PERIODISTA DE CAMPO: No podría haber funcionado mejor la sincronización, al chorro de agua que pegaba contra los platos en la cocina, ahora lo desafía uno más fuerte que resuena contra el piso de la ducha.

RELATOR: No sé muy bien cuántos minutos pasaron, pero parece que la puerta del baño comienza a abrirse lentamente… y sí, efectivamente ahí sale Javier, con la cabeza totalmente lavada (figurada y literalmente).

Tiene un aspecto completamente distinto al que vimos en la primera etapa, pero no nos hagamos expectativas, no vaya a ser cosa que después nos las tengamos que guardar…

COMENTARISTA: Me llegan algunos mensajes de espectadores muy atentos que aseguran que esto forma parte de una cábala. Ahora, habría que analizar qué tan efectiva es esta cábala porque, sin ofender, de las últimas 6 discusiones, 5 las ganó Mariel y una finalizó en una polémica paridad. Pero bueno, cada loco con su tema…

RELATOR: Ella no lo ve salir del baño, tampoco lo escucha, pero por alguna clase de inercia se dirige hacia el centro del living, coincidiendo en el pequeño sillón de cuero ajado.

COMENTARISTA: Vale aclarar que ese sillón tiene un valor simbólico: era el único mueble que había en el departamento cuando lo compraron y, por alguna extraña razón, decidieron dejarlo ahí, intacto, a pesar de que a ninguno de los dos le agradaba demasiado.

RELATOR: Vuelve a escucharse un pitido, ahora es de la alarma que enciende una luz naranja que ambos ignoran.

Ella, como antes del corte y con el impulso de una batalla ganada, va en busca de una victoria en la guerra. Pero cuando llega al campo rival, se sorprende ante el cambio de mentalidad de su marido.

Se sorprende de la facilidad que tiene para manejar la pelota así que, con la frente alta y haciendo un gestito que a más de uno no le caería muy bien, vuelve a mandarse al ataque.

Le hace la pregunta bisagra, esa que, cree ella, no hay forma de que no sea gol. Le reitera sobre por qué Javier no quería tener hijos.

Pero él responde de forma envidiable, y le quita el foco al planteo de su mujer para traer un tema mucho más delicado como lo es su relación. “Primero lo primero” concluye Javier…

COMENTARISTA: Mariel acusa un codazo pero las repeticiones no ayudan para corroborar su veracidad. Parece que la constante simulación esta vez le jugó en contra ya que, en mi opinión, efectivamente existió un golpe contra su pómulo que no presenta ningún corte (de milagro).

RELATOR: Si mi colega está en lo cierto, esto sin duda elevará la temperatura de la discusión y tensará al máximo los minutos que resten.

Ella ahora vuelve a lagrimear y comienza a tartamudear un “Te amo” que hasta se vuelve poco creíble. Y parece que no somos los únicos cansados de tanto show, Javier sin exaltarse le pide que actúe como una persona de su edad agregando un “ya estamos grandes”

Javier toma las riendas por primera vez en el partido…

COMENTARISTA: …en la vida…

RELATOR: Totalmente, por primera vez en la vida es él quien tiene el poder y sabe que podría liquidarlo. Él lo sabe muy bien…

COMENTARISTA: Este es el momento, Javier puede cerrar el encuentro y dar la nota de la fecha.

RELATOR: Ella está frígida, con los labios sellados, sabe que un empate es negocio en esta situación y que si quiere ganar el partido tiene que jugarse a matar o morir, demasiado riesgo para alguien tan poco valiente.

Y ahora Javier se ve obligado a decir algo. El silencio es incómodo y cada vez pesa más. Es consciente de eso así que por fin abre la boca para…

El teléfono se le anticipa y lo salva. Ambos saben que va a dar fin al partido dejando un empate con un gusto amargo para ambos.

COMENTARISTA: Poco importa el detalle de que quien llamaba era alguien promocionando una concesionaria de automóviles. Eso es más que suficiente para dar por terminado el encuentro.

PERIODISTA DE CAMPO: Quisimos tomarle unas palabras a Javier pero se fue rápidamente a su cuarto donde permanece hace unos minutos refugiado con el televisor al máximo volumen.

En cambio, Mariel  quiso ofrecernos una declaración por cuenta propia. Después de repetir el  viejo casette de que mereció ganar, quise hacerle una pregunta sobre lo que realmente pensaba, pero un policía me tomó del brazo y me escoltó hacia la salida.

RELATOR: Me imagino que la pregunta que ibas a hacerle era acerca de cómo se veía en la elección, postergada, del lugar donde pasar las fiestas.

PERIODISTA DE CAMPO: En realidad era una pregunta que me viene carcomiendo la cabeza y tiene un sentido mucho más profundo. Iba a preguntarle si realmente creía llegar juntos a fin de año. Te hago la misma pregunta a vos Sergio, para que quede dando vueltas en tu cabeza.

RELATOR: Prefiero no hacer ningún pronóstico, al fin y al cabo el tiempo dirá.

Y así nos despedimos dando fin a la transmisión.  Un gusto haber podido estar al lado del gran Mario.

COMENTARISTA: El honor es mío, hasta luego.


-FIN DE LA TRANSMISIÓN-

lunes, 14 de julio de 2014

Me matan Limón!

Perdí la cuenta. Debo llevar meses acá adentro. ¿Estaré loco? Es probable, pero no por eso estoy equivocado. Una cosa tengo bien en claro: acá voy a estar más seguro que en cualquier otro lado. Mi mayor miedo sólo es mi conciencia.

¿Debería haber contado los días? No, de ninguna manera, eso de andar tachando palitos aumentaría mi locura. Aparte… eso se los dejo a los presos, pero yo estoy libre. Porque estoy libre, ¿o no? Sí, ¡tengo razón! Yo elegí quedarme acá, nadie me obligó. Es más, si se me diera la gana podría abrir la puerta ahora mismo e irme. Levantarme, abrir la puerta y poner un pie en la vereda, ¿ves? Nada de otro mundo.

Si quisiera… pero no, no quiero. ¿Qué ponés esa cara? Acá estoy bien, perfecto diría yo. Y mirá, me quedan todavía algunos paquetes de fideos y varias latas con comida. Mejor que nunca. Y…

Se supone que en algún momento tiene que terminar esta guerra. Todo tiene un fin, ¿no es así? La gente no puede andar peleándose eternamente, en algún momento debe terminar. Aunque… la otra vez dije lo mismo y prendí la tele. ¡¿Para qué?!  ¡Explicame! Estaban con todo eso de tragedia por acá, tragedia por allá (es increíble cómo se ponen de moda las palabras)

Esto no va a mejorar, podría pero no va a hacerlo.

Aunque me enseñaron a ser optimista de chico, pero tampoco la idiotez. Mantener siempre la regla de no salirse de la realidad. Sin embargo, en esta situación, ¿puede existir una realidad? Los límites ya son tan difusos, podría haberme ya separado de mi cuerpo, verlo ahí tendido en el piso de mi departamento llenándose de pelusas… Ver cómo todos los buitres lo despedazan poco a poco y reírme a carcajadas.

Varias veces tuve un sueño. Imaginátelo: yo estaba en un campo militar temblando, haciendo malabares con un rifle para que no se me cayera entre las manos. Y en eso cae algo, nada muy claro, todo retumbaba, un chillido infernal, gritos y luego silencio.

Al principio creí que era una pesadilla, luego comprendí que era un sueño y – ¿por qué no? - una fantasía. Porque considero­ que sería menos sufrible ser bombardeado. Pará, no me matés, escuchá,  no me burlo de nadie. Pero esa sí que es una guerra tangible, y no esto. No esta guerra sin enemigos. Batalla de nunca acabar que no se ve en la calle, pero está. Todos saben que está, nadie puede esconderla.

Y los medios, malditos medios de comunicación. No abrás la boca, ni se te ocurra excusarlos. Sabés que son indefendibles. Ellos lo crearon todo. Yo no me como ese buzón, y tampoco deberías hacerlo vos. Y nosotros acá como unos idiotas siguiéndoles el juego. Viviendo con miedo por un puto rating (que vale aclarar, sigo sin entender bien qué significa)

Pero se terminó, sólo les daré de comer una última vez pero a mí ya no me joden nunca más. Adiós, les adjunto un título bien amarillista y popular –de esos que les encantan- para este suicidio:

Me matan Limón!


domingo, 6 de julio de 2014

Miserere

Me dediqué a escribir esto porque vos lo merecías. No por ser vos en especial, ya el hecho de que seas alguien es más que suficiente.

No descarto la idea de que la impotencia me haya dado ese último empujón. Que este humilde homenaje no se opaque con las denuncias, inevitables, que me tocan hacer.

Porque no puedo pasar por alto la situación que me tocó vivir luego de lo que te hicieron. Sé que mi desgracia no le llega ni a los talones a la tuya, pero tenés que entenderme, todo esto lo hago por vos.

Por eso me quebré en llanto cuando me palmearon y me dijeron:

-Señora, debe retirarse.

Que me echaran como perro mojado luego de estar sentada durante horas en esa comisaría, era el colmo. Pero lo peor, sin dudas, era la soberbia con la que me hablaban, como si estuvieran haciéndome un favor.

-Señora, no sea molesta y llévese la noticia de ese hombre muerto a otro lado. Es más, ni su nombre sabe, así que lo mejor sería que se olvide de todo el asunto.

Obviamente, no podían decirme algo semejante. Y, efectivamente, no lo hicieron. Pero no hizo falta, sus acciones, sus miradas, sus gestos, hablaban por sí solos.

Así fue que agarré un cuaderno y una lapicera y empecé. Ya te dije, por y para vos, así como para todo aquel que tenga un poco de corazón (si no es mucho pedir…)

Voy a explicar detalladamente lo sucedido esa fatídica tarde del doce de marzo. Sí, sé que vos sabés bien que pasó y entiendo que quieras saltarte esta parte. Aunque, tal vez, todo te agarró tan desprevenido como a mí al verlo. En ese caso, es probable que esto te sirva de consuelo para entender que, por mucho que quieras culparte, algunas cosas nos exceden y no podemos hacer nada ante eso.

Nunca me terminaron de convencer los subtes. Por eso siempre elegía sentarme (de estar disponible) en el asiento más próximo a la puerta, aferrándome con una mano al barandal y con la otra a mi cartera.

No sé por qué te cuento todo esto, pero en fin… Para hacer más leves mis viajes, me gustaba buscar algún pasajero e imaginar su destino, su rutina, su vida. Algunos se delataban solos, ya fuese por su vestimenta o por sus pertenencias.

Y esa tarde me había enfocado en vos. No me dabas ni siquiera una pista: podrías estar yendo a Congreso a hacer algún trámite, o a Plaza de Mayo a militar por algún partido político; es más, no hubiera sido descabellado que  bajaras en Lima, combinaras con la línea C y fueras a Retiro.

Tal era mi desconcierto que ni le presté atención a aquel hombre que se subió en la estación de Castro Barros. Pero vos no tuviste esa suerte. Tuviste que ser el único en todo el vagón que notara su oficio de comerciante. Porque no respondía al estereotipo de vendedor ambulante: no aturdía anunciando su producto, no atosigaba a los pasajeros, no llamaba la atención  y, lo más importante, no vendía algo práctico o al menos atractivo.

Si tan sólo hubieras mantenido tus ojos en ese libro de bolsillo cuyo nombre no alcanzaba a distinguir… Pero no, tuviste que alzar la vista para mirarlo a él, para ver los no más de siete libros que llevaba bajo su brazo.

Por eso tuve que entrometerme. Me vi obligada a afinar mi oído para escuchar esa conversación entre dos invisibles (excepto para mí) Allí escuché tu voz, las últimas palabras que saldrían de tu boca.

Pero a él no le importaba lo que dijeras. No le interesaba tu pregunta sobre si aquel libro de Dostoiewski estaba en su idioma original, ya que “no tolerabas las malas traducciones” (te escuché agregar)

Supongo que tampoco se molestó en escucharte. Él estaba ido, mirándote fijo. Cuando por fin habló, lo hizo con voz temeraria, aumentando su cólera a medida que avanzaba en su discurso.

¿Quién hubiera dicho que ese sería su alegato? Nunca hubieras imaginado (tampoco yo) que estaba justificando lo que, en instantes, sería tu muerte, y lo hacía en tu propia cara.

A quien le corresponda esta declaración, necesito comentar el reproche que este hombre te hizo.

Te recriminaba un gesto inconsciente, sólo eso. Algún movimiento tuyo, en apariencia impertinente, mientras hacías tu consulta.

Inofensivo para cualquiera menos para él. Por el contrario, “…una muestra de soberbia… desprecio…” y algo que tenía que ver con “bajeza humana” pero que no logré escuchar del todo. Así describía a la (¿maligna?) mueca, la cual consistía en una leve caricia sobre tu tabique, hecha con las yemas de tu dedo pulgar e índice de tu mano izquierda.

La situación fue tan insólita que la vuelve poco “verosímil”. Y estoy segura de que no faltará quien dude de mis palabras y, apoyado en su desconfianza, invente mil motivos (¿más creíbles?) para explicar tu muerte.

Pero yo lo vi con mis propios ojos. Ya sé, y vos lo viviste en carne propia, no hace falta que te diga nada.

El subte se detuvo: Plaza Miserere.

En seguida, todos se levantaron y se armó un tumulto de gente entre la que se perdió el victimario.

Me encantaría decirte que no hubo quien no se preocupe por tu yugular rasgada de lado a lado, bañando de sangre todo el cuello de tu camisa. Sería menos humillante y me ahorraría la vergüenza ajena de todo aquel que te pasó por al lado, chocándote las rodillas y pisándote los zapatos.


Aunque no podemos recriminarles nada. No está bien visto llegar tarde a alguna reunión o al trabajo por andar ayudando a un don nadie asesinado en el subte.

lunes, 30 de junio de 2014

El desvanecimiento del concreto

Intentó acomodarse la mochila entre su espalda y el árbol, para que ésta le amortiguara un poco la molestia. Aunque no iba a haber caso, así que desistió.

No se detuvo a analizar su decisión –casi instintiva- de sentarse en el medio del pasto y no en un banco. Hubiera sido un tema muy interesante para realizar un estudio psicológico. Sobre todo si se hubiera dado cuenta que estaba respondiendo puramente a una cuestión de estereotipos.

Tomó el libro de su mochila y comenzó su lectura. Le producía cierto placer que el libro fuera viejo y tuviera sus páginas amarillentas.

-Es una lástima que los libros en formato papel estén extinguiéndose – pensó con una tristeza que le era ajena y que sólo repetía.

Cuando salió del transe en el que había caído, echó un vistazo a su alrededor.

Sonrío.

Notó que el lugar estaba plagado de parejas enamoradas (“estúpidamente”, quiso agregar, pero le faltó convicción)

Volvió a sonreír.

-Todos se cansarán el uno del otro, es sólo cuestión de tiempo. La única pareja que perdurará es la que formé con este viejo libro.

Las palabras salieron de su boca, y no se avergonzó, aunque debiera haberlo hecho. No por la poca gracia de su comentario (que era, sin embargo, razón suficiente) sino por la enorme carga de cinismo que había adoptado.

Y él lo sabía. Aunque no pudiera –quisiera- recordar la causa de tan brutal cambio.

Una bandada de palomas se desplazó hasta la otra orilla del lago artificial. La causa le era desconocida (y creyó que a ellas también, pero debían acatarla de todas formas).

Dos jóvenes – los más cercanos a él- charlaban sobre la facultad, mientras se convidaban mate. Una despotricó contra el encargado de hacer las fotocopias en la universidad. La causa era que había hecho un desastre abrochando sus apuntes, lo que le impedía poder leerlo de corrido.

Él volvió a sonreír. Pero se sintió observado, así que rápidamente cubrió los dientes con sus labios, avergonzado.

Se puso a pensar en cuánta gente debatiría los mismos temas y tendría los mismos problemas, en lugares y tiempos tan diversos.

La espalda le empezó a pasar factura y el estómago le rugió. Se puso de pie, levantó las llaves que se habían caído de su bolsillo roto y las guardó en la mochila.

Respiró el aire impregnado de faso y maldijo. Balbuceó que “era un lugar público y había pibes, que debería darles vergüenza…” y un par de chamuyos más para disimular el malhumor que le daba no tener nada que fumar.

Hizo un par de gestos mientras se retiraba. Caminó unos metros por el sendero, rodeó el lago –artificial- y atravesó la reja abierta.

Se-chocó-con-la-ciudad-.-Y-contuvo-el-dolor.

domingo, 22 de junio de 2014

Infinitud

¿De qué otra forma se puede amenazar que no sea de muerte? Lo interesante, lo original, sería que alguien lo amenace a uno con la inmortalidad.
                                                                       
                                                                       Jorge Luis Borges




Ojalá alguien llegue a leer esto en algún momento. Pero no me hago falsas ilusiones. Nadie se molestará en analizar la veracidad de estas viejas notas. ¿Por qué habrían de hacerlo, si en cambio tendrían al autor? Me tendrían a mí, siempre a mí.

Todo comenzó el jueves pasado a eso de las cinco de la tarde. Todavía sigo reconstruyendo la escena. Y me mantengo terco en mi decisión de ridiculizar a ese invento heredado que tantos acogen con extraña calidez y al que llaman destino, así sin más.

No cambio mi postura ante ese maléfico artificio. Pero… Justamente, ahí está el tema: esa palabrita “pero”. No puede pasar desapercibida. No al menos en mí, o en lo que solía ser de mí.

¿Por qué había atendido?

Era una simple pregunta que no sólo ocupaba cada rincón de mi cabeza, sino que sentía como me cosquilleaba la planta del pie y, a la vez, me atravesaba las costillas de un lado hacia otro, ida y vuelta.

Ahí había empezado el desastre; en una parábola negativa encabezada por la duda.

¿Por qué había atendido?

Si siempre era algún pobre pibe siendo explotado en un call center. Y cuando no, era alguien que buscaba a la dueña del departamento y empezaba a relatar su relación con ella, como si eso pudiese importarle en lo más mínimo a un inquilino.

Hasta había llegado a pensar en la chance de desconectar el teléfono. Así ya no tendría que ignorar ese aturdidor timbre que llegaba a escucharse hasta desde el ascensor.

Por eso me machacaba tanto: ¿Por qué? ¡¿Por qué?!

Empecé a convencerme de que debía ser eso, aunque siempre lo negara avergonzado. Aunque darle crédito  a esa estupidez del destino (nombrarlo no lo hace más real) podía resultar como un arma de doble filo.

Me llevó a una reflexión tan delirante como posible y, por consecuencia, tranquilizadora. De existir tal cosa… ¿qué importancia tenía que hubiese atendido? Si de todas formas, así hubiese perdido esa llamada, él se habría encargado de hacerme llegar el mensaje por algún otro medio.

Se me ocurren miles de otras preguntas, sin embargo, aún hoy. Pero no puedo entregarme a eso, aunque sea por respeto a quien supe ser.

Tampoco me interesé en investigar quién había hecho la llamada, desde dónde o acaso por qué razón. Esas indagaciones podrían haber sido útiles ante una amenaza de muerte. Pero para este caso, poco servía plantearse esas preguntas lógicas.

Cuando te amenazan con vivir eternamente, cualquier esquema queda obsoleto. Cuando te dan vuelta el mundo de tal forma, ¿qué idiota sería capaz de intentar entender?

Uno piensa en esa infinitud, esa indeterminación, y lo único que puede desear es que haya habido un error. Que esa amenaza fuese de algo mucho más ¿concreto?, ¿inmediato? Eso que es la muerte, o al menos cómo debe serlo.

Pero ante esta tragedia uno se encuentra con la solución casi consecuentemente.

Y yo no era ajeno a ello. Sabía qué debía hacer. Tan simple como salir al balcón, trepar el barandal y saltar. Es más que suficiente altura.

Lo sé desde entonces, y lo sigo sabiendo hoy. Sin embargo, un miedo profunde me invade cuerpo y alma.


No es el temor a dar el salto: sino el terror de estrellarme contra el asfalto del estacionamiento y saber, en ese preciso instante, que estaré condenado a la inmortalidad.

miércoles, 18 de junio de 2014

Despertar

Él abrió los ojos, dolido ante la oscuridad del cuarto. El sudor que había empapado su colchón le molestaba. No era esa humedad lo que en realidad le irritaba, sino que ésta lo arrancase de su sueño.

Sentado en el borde de la cama, se miraba las uñas largas y desprolijas. Golpeó la cabeza contra la pared, maldiciendo el hecho de no haber aprovechado ese momento.


Ella le había rozado el hombro al pasarle por al lado y él volteó anonadado ante esa mirada fija que buscaba captar su atención.

Y no supo decir palabra.

Él le sonrió, idiotamente. No supo hacer otra cosa que mostrarle el esmalte gastado de sus dientes

Allí la perdió nomás.


Continuó atormentándose en su dormitorio. Las penumbras le impedían ver como se teñía la almohada de escarlata. No cesó en su afán de impactar el muro con su cráneo.
Prosiguió insaciablemente y sólo se detuvo una vez alcanzado su objetivo:                                                                               
verla.

La tomó de la mano y ya no le inquietó poseer una sonrisa ni sumirse en el silencio. Tampoco se preocupó en apresurarse, conocedor de que tendría, ahora, todo el tiempo del mundo.


lunes, 9 de junio de 2014

Vasos

Vasos que vienen llenos y vuelven vacíos, el proceso se repite varias veces. La gente viene, pero la mayoría no vuelve, se queda afuera. Hace media hora que perdí la cuenta, pero me gusta pensar que cada vaso es el primero, y lo disfruto como tal.

Más y más mujeres entran, pero esta noche se ven insignificantes al lado de las botellas que son el centro de la escena. Hasta algunas son protegidas a capa y espada, y me las encargan para que las guarde bajo llave. Todo el mundo tiene el mismo destino, así que voy por el pasillo hasta la puerta que da afuera, y respiro el aire puro (que es un decir, ya que el cigarro le quitó esa cualidad hace rato).

Conocidas, algunas, me saludan. Otras, desconocidas, hacen lo propio, no vaya a ser cosa que llamen la atención. Pero una, aún lejos de querer resaltar, termina causando ese efecto. Me alborota los planes, me hace tartamudear sin hablar, y tropezarme sin moverme. El fernet que sujeto en mi mano tiembla, no es que tenga miedo de caerse, sino de perderme. Se pone celoso. Lo aparto a un lado y me acerco a esta piba que no conozco, por ahora.

Mentiría si digo que es amor a primera vista, mejor dicho, mentiría si digo que es amor, evitemos esa palabra por favor. Pero no puedo negar que me atrae, y me va metiendo cada vez más en un lío, hermoso, pero del que me va a costar salir.

Vasos que vienen llenos y vuelven vacíos. La gente ya no viene, solo pasa, y sigue yendo afuera. Pero ahora yo estoy adentro, en contra de lo que cualquiera podría suponer. Sigo con ella, la verdad es todo un logro que no me haya mandado a la cama por ser un nene. Igual no es mérito mío, se lo debo a ella y su simpatía, pero apartemos las cosas lindas que si me escucha me mata por chamuyero.

El fernet sigue celoso, más ahora que nunca, y toma venganza. Nos hace olvidar lo que fue, para mí, el mejor momento de la noche, y hasta nos confunde sobre lo sucedido. Pero preferimos no aclararlo… no vaya a ser cosa que oscurezca. A forma de castigo, lo abandono (por el resto de la noche nomás, tampoco me pidan imposibles)

La cancha se embarra, se pone difícil para jugar, y me deja desnudo. Ya no me quedan armas, palabras, no me queda nada más que ir con la verdad. Capaz eso no sea suficiente, pero es lo mejor que puedo dar, y prometo volver a verla.  En sí es una apuesta, pero estoy tan seguro de que va a ser así, que ni me molesto en consensuar un premio.


No vienen más vasos, y los pocos que están dando vueltas terminan en el suelo. La gente ya no viene ni pasa, solamente se va. Quedan, en su mayoría, las mismas caras de siempre, esas que no se van con facilidad. Pero no me interesa, en este momento sólo tengo una cara en mente y la estoy viendo, a pesar de que no está más. Sólo me conforta saber que mañana voy a hablar con ella, sin compromisos, y así va a estar bien.

viernes, 6 de junio de 2014

En resumen, amor

Sacó el celular, lo miró, lo guardó y lo volvió a sacar. “21:37” –pensó y susurró- “Me dijo que iba a estar y cuarto, y ya van a ser menos veinte y no tengo ni una señal de ella.” Estos momentos eran en los cuales Matías se daba cuenta que odiaba ser tan asquerosamente puntual. No había ocasión que le recriminara, en vano, la llegada tarde de Julieta, pero por dentro sabía que daría la vida por ser tan despreocupado como ella.

Fue al baño para hacer tiempo y de paso lavarse un poco la cara, a ver si le salía el malhumor que tenía impregnado. Apenas escuchaba pegar el chorro de agua contra el cerámico; en cambio, un tic tac en su cabeza era cada vez más insoportable. Volvió a sentarse en la mesita de a dos decorada de muy mal gusto (todavía no entendía por qué volvían siempre a ese bolichito de cuarta) Esta vez le preguntó al mozo la hora, con la esperanza de que su reloj estuviera adelantado. Pero no fue así, “van a ser menos diez…” le contestó desde lo lejos con desgano.

Se hubiera ido de no haber sido porque la vergüenza era más fuerte que él, así que se quedó a esperar. Mientras tanto, en su mente diagramó sin obviar ningún detalle, un discurso perfecto. Todo lo que quería decirle a ella pero nunca encontraba las palabras, había pensado todo,  era un sermón completo que iba desde puntualidad, pasando por el orden, higiene, compromiso y un montón de esas cosas que los hacían ser tan opuestos.

Finalmente unos minutos después entro por la puerta principal, con unos jean gastados y una remerita suelta. “Encima me siento un pelotudo con esta camisa” pensó Matías mientras la miraba y se daba cuenta que tenían un concepto distinto sobre formalidad. Estaba pensando cómo añadir ese tema a su discurso armado, pero ella lo interrumpió con un “Hola” tan suave y placentero que aquellos bocinazos y alarmas sonando parecieron perderse en el viento.

Ella sólo tuvo que sonreír para desbaratarle todos los planes al pobre muchacho. Veía como su discurso ardía en llamas, hermosas llamas. Dándose cuenta de lo glorioso y estúpido que era lo que sentía por ella y, en un tono más crítico, admitiendo por dentro que la vergüenza había sido sólo una excusa. Y que nunca hubiera abandonado esa silla, así hubiera tenido que esperar toda la noche como un idiota…

A la mujer de mi vida la encontraré en un ascensor

No es un presentimiento, ni un vaticinio delirante para poder regodearme después al cumplirse. Porque se terminaría cumpliendo. No, no por el destino; sino por fuerza propia y manipulación de las situaciones.

Pero no me salten a la yugular, tranquilos que al destino lo dejo en paz así no me rompen más. No me escrachen en su lista de opositores al oráculo griego. Qué más da, me importa ocho cuartos.

Mejor paso a lo que realmente les vine a hablar.

Es fundamental la imaginación a la hora de entender este razonamiento, así que cierren los ojos, abran la mente. Espíen todo lo que quieran.

Un ascensor, mientras más estrecho mejor. Bien antiguo, con la típica reja que se abre cortando clavos, y la amenaza siempre latente de que se detenga entre dos pisos.

No sé si lo habrán notado, pero la gente allí adentro se transforma.

De repente, cambian su metabolismo y respirar ya no es un signo vital. Repetir esas frases obligadas no significa conversar. Y los ojos… no se les ocurra cometer la torpeza de coincidir la mirada con otra persona, eso significará bajar la vista de inmediato y no despegarla del abrojo gastado de las zapatillas durante el resto del trayecto.

Sí, sé lo que piensan. Y tienen razón, no deja de ser una cuestión de segundos. ¡Pero qué segundos…! Eternos. Insoportables. Con ese pitido infernal sonando en cada piso, segundero de pesadillas.

Incluso la tan ansiada llegada a la planta baja genera problemas. Unas miradas, unos cabezazos inútiles y unos movimientos toscos. Hasta que alguno (generalmente el que está más cerca de la reja) gira su torso intentando mover lo menos posible los pies, para finalmente abrir la tapa de esa olla a presión y salir disparados al exterior.

Es inadmisible olvidar el saludo por compromiso, ya que tal falta significaría convertirse en un mal vecino.

Entonces, cuando me quiten el aliento y eso me acelere el corazón, cuando me obliguen a decir (pensar) palabras que signifiquen una conversación, cuando mi mirada quede hipnotizada, perdida, en la suya… ahí sabré que he encontrado a la mujer de mi vida en un ascensor.