jueves, 11 de septiembre de 2014

Consumirse

La oscuridad monopolizaba el lugar. Sólo había silencio.

Algo interrumpió.

Ese inconfundible y efímero sonido que aparece al raspar la cabeza roja de un simple fósforo de madera.

La tenue luz delató tu presencia. Tu dedo pulgar e índice sosteniendo esa lumbre. Tus ojos, apenas descubiertos en las tinieblas, molestos ante esa mínima ruptura de la bella oscuridad.

El fuego iba consumiendo la madera hasta quemar tus yemas. Pero vos permanecías inmutable.

Algo superior había ocurrido. Ese placer que –adivinaba- reflejaba tu rostro no era consecuencia del regreso a las penumbras.

Porque no era un regreso (me explicarías más tarde).

Pero esa oscuridad, que no era aquella oscuridad, no era lo único que estaba aconteciendo.

Un aroma en forma de humo. Un fino hilo que se filtraba por la nariz. Y allí realmente te relajabas, como si fuera todo lo que necesitabas, todo eso que habías estado deseando.

Ese mismo sueño se repitió varias veces, varias noches. Hasta que logré interpretarlo. Hasta que finalmente pude descifrar tus intenciones.

Después de semanas enteras viendo tus fotos, recorriendo esos lugares que habían sabido ser nuestros.  Luego de un insomnio cargado de inentendible culpa, de ese ferviente deseo de haber sido yo y no vos.

Todo pareció tan claro en ese instante. Entender que yo permanecía ahí en alguna oscuridad, inhalando ese melancólico humo que dejaste al apagarte.


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