lunes, 26 de diciembre de 2016

Envoltorios

Miguel seguía debatiéndose con el atado de puchos sin abrir sobre la mano. Cubriendo con sus dedos el envoltorio. El paquete por debajo, guareciendo nicotina y tabaco enrollados en papeles. Extendiendo ahora la palma. Sopesándolo. Todavía en busca de ese dichoso punto de inflexión. Ese hito que ya había detectado sin querer, sobre el que se había detenido más de una vez en esa expedición introspectiva. Pero no podía ser. La cabeza no puede funcionar así. Semejante transformación no puede salir de tal boludez. Debía haber algo mayor. Más metido en el inconsciente y sobre el que un psicoanalista podría dar mejores explicaciones. Tampoco eso podía notarlo, aunque daba vueltas en su cabeza.

Mientras tanto su mano izquierda se sostenía firme en el aire. Como si buscara tantear ciegamente en medio de esos oscuros recovecos de la memoria. Necesariamente libre para poder despejar cualquier maleza que fuera apareciéndose en su camino. La derecha, en cambio, había desarrollado cierta autonomía respecto del resto del cuerpo. Haciendo gala de ello, ya había destrozado el nylon, abierto la caja y sacado un cigarrillo. Todo en un movimiento que no por mecánico iba a perder su cuota de belleza.

Una vez que tuvo el cigarrillo apretado entre los labios, pudo reparar en esa secuencia. Ahora que, desnuda, esa mano se camuflaba sobre la otra cortándole una piel salida. Había sido algo efímero (aunque nunca lo suficiente para él). Había practicado el movimiento una infinidad de veces. Decenas de paquetes abiertos sin fumar. Con el único fin de lograr eso: esa mecanicidad como condición para aparentar naturalidad. Evitar cualquier paso en falso que demostrara que sólo tenía ese paquete de Marlboro en el bolsillo para cuando...

No, no. Eso había sido después. También debió influir, claro. Pero no más que esa pieza de dominó que recibe su carga por la espalda y no puede hacer más que repetir esa fuerza hacia adelante. El golpe inicial. Eso buscaba él. Esa mano que inicia todo con sólo mover suavemente el dedo índice. Ya no sabía ni para qué (si es que había una razón) pero debía encontrarlo. Sacó el Bic negro del bolsillo y le dio fuego al pucho. Una serie de pitadas y lo retiró con la mano derecha que ahora le facilitaba el encendedor a la izquierda. Aunque él no podía dejar pasar por alto esa nada inocente ofrenda. Le significó un fuerte regaño con la mirada a la cínica mano que se burlaba de las tinieblas en que ellos habían quedado sumergidos.

Una negritud peor que la de ese pobre objeto que había quedado metido en un embrollo que no le correspondía. Un par de pitadas más y junto al humo iban esfumándose también sus ganas de pensar. El encendedor jugueteaba entre los dedos izquierdos cuya inocencia podía ser confundida con idiotez. Un desliz lo hizo patinar y estrellarse contra el suelo.

Un estruendo fuerte, metálico, familiar.

Los ojos de Miguel se abrieron como nunca. El sonido del golpe fue la alarma que lo despertara del letargo. Una simultánea mezcla de sensaciones que se cristalizaba en una imagen suya. Hace varios años...

Era la misma caída. Esa misma torpeza. Era la vergüenza. Su rostro rojo. Y ahora sí, nuevas imágenes, nítidas, reales. Una línea de tiempo que se resquebrajaba mediante saltos discontinuos, brincos de alegría. Se ahogaba con su propio humo y las toses tenían justo a carcajadas. Un pasado anterior. Debía serlo. Aunque parecía distorsionado. Él no tenía esa barba entonces. Y esa panza tampoco, ni siquiera ahora aún. Una sombra. No. Una persona. Tal vez. Algo difuso que contrastaba con la transparencia del resto. Un rostro iba aclarándose hasta verse una mujer. No. Varias mujeres. Y todas una. Una pregunta. “Disculpa, ¿tenés fuego?”

El “no” como respuesta. Constante. La vergüenza. Injustificable. Pero real. No podía ocurrir más. No iba a ocurrir más. Una decisión tomada. Siempre encima. Y ahí si. Una nueva respuesta. “Sí, tomá.” Pero alguna desconfianza. Esperable. Posible. El miedo ante una nueva pregunta. El “no fumo” como peor respuesta posible. Latente. Más preguntas irrespondibles. Y ahí con las manos temblorosas, tendiendo ese objeto tan preciado...

Un estruendo. Fuerte. Metálico. Familiar.


La vergüenza.

Seguía comprando la misma cantidad de paquetes que terminaban en el mismo tacho de basura. Pero los cigarrillos ya no morían ahí. Tampoco en otras manos distintas con gesto idéntico.

Era esa la vergüenza.

Tiró la colilla junto al encendedor que todavía seguía en el piso. Se miró las manos. Improvisó una sonrisa amarillenta. Nunca había tenido las uñas tan largas.


sábado, 30 de julio de 2016

Estación terminal

La cabeza se le fue inclinando hasta quedar apoyada contra la ventana sucia o empañada o ambas cosas. Abrazó su mochila apretándola fuertemente contra su vientre. No pudo discernir si tenía frío o calor. Por si acaso se dejó puestos los abrigos, aunque se bajó el cierre del cuello de la campera y se desencapuchó. Con los auriculares puestos, simplemente tuvo que darle play a la última reproducción.

No le preocupaba quedarse dormido, fundamentalmente, por dos razones. Primero,  porque el sueño no fue nunca muy amistoso con él. La relación era tan chocante a tal punto que había noches en la semana que se acostaba muerto de sueño y quedaba horas mirando el techo. O la clásica de los fines de semana en las que podía dormir hasta el mediodía o más. Sin molestas alarmas chillando “levantate – andá a trabajar – no llegues tarde – te van a romper las bolas – no llegues tarde – te van a rajar”. Claro, podía… pero las ganas de mear o algún sueño inquietante (del que sólo conservaba la inquietud mas no el recuerdo) lo levantaban de la cama. Y así volvía a acostarse, desganado, desvelando, mirando el celular derrotado para revisar un reloj por compromiso.

El sueño resulta complicado aún a la hora de hablar de él. Mirá cómo será que perdí totalmente el hilo de la narración. Creo que estaba en… sí… eso. Estaba en lo de “primero…” (enumerando vaya a saber qué) y me colgué. Pero bueno, indefectiblemente debe venir –al menos- un “segundo…” o algún término que ocupe ese lugar. De lo contrario estaría haciendo abuso de la confianza del pobre tipo que intenta seguir con atención este relato. En qué problema lo estaría metiendo si lo que debiera pasar no pasa. En fin. Punto. Segundo, decía. Él está ahí, acurrucado en el asiento del vagón porque no le preocupa caer en el letargo del sueño. Si se diera ese milagroso acto tampoco sería un problema. El no va a pasarse de largo. Va a llegar a su destino sí o sí porque es la estación terminal. El fin del recorrido. No hay nada después.

Una sacudida lo desacomoda de su comodidad. Se afianza sobre el asiento, la espalda erguida contra el respaldo. Intenta divisar por la ventana dónde está, pero no ve un carajo. Sólo una oscura pared, interrumpida por efímeros y simétricos instantes de luz –de emergencia-. Desiste en su tarea. Mira el reloj para calcular cuánto falta, en cuánto debería llegar. Pero tampoco lo logra. Aún peor, se da cuenta que ni siquiera recuerda a qué hora tiene que entrar al laburo, ni a qué hora salió de la casa de su novia. Empieza a pensar que algo no anda bien. Si tan sólo encontrara alguna pista, algo en qué sustanciar su intuición. Pero nada, el resto del vagón inmutable. Cada persona sumergida en su propio mundo: ¿cómo podrían notar algo si quiera? Cada par de ojos sumido en un celular, un libro, unos párpados.

Intentó hacer lo mismo. Encerrarse. Regresar a ese estado anterior en que se encontraba hace un momento. Pero era imposible. Ya no podría. Estaba inquieto, malhumorado, todo lo molestaba. Sobre todo esa banda, ese disco. Era como si hubiese estado sonando una vida entera. Y aún así no podía cambiar, porque cada tema le producía una curiosa y extraña novedad. Se volvió contra la ventana. Ahora estaba decididamente más empañada que sucia. Con el revés de la mano cerrada despejó el vidrio. Seguía la misma visión anterior. Idéntica. Eso lo enfureció. Decidió no moverse hasta llegar a la próxima estación. Y ahí bajaría, sin importar cuál fuera.



lunes, 25 de abril de 2016

Fade out

Nadie más queda. Sólo él. Él, que se había encerrado. En su cuarto. En su apartamento. Su mundo. ¿Lo sabrá? Entonces… ¿por qué sigue actuando así? ¡¿Por qué no sale?! ¿O no ve que no hay nada más allá afuera?

Sólo queda él (que ni siquiera es él). No. Por algo rompió todos los espejos. Ya no le sirven. El pelo largo. Su barba una selva. Y los huesos sobresaliéndole de la flacura. No es él.

El tiempo debía haber ayudado, pero parece que lo empeoró todo. Si, tenían razón en eso: la olvidaría. Ya la había olvidado en realidad. Pero no lo que le provocaba. Para nada. Eso seguía ahí dentro de él, dándole puntadas en el estómago, quitándole el poco hambre que le quedaba, provocándole lágrimas imposibles de rastrear.

Se entregó al tiempo. Se dejó estar. Quedó esperando una solución. Alguna palabra determinante que lo sacara de esa situación de incertidumbre. Armándose de paciencia. Y sí, de alguna forma u otra, el tiempo pasó. A regañadientes, suplicando, pero pasó. Fue lo único que siguió adelante.

Siguió esperando(la).

Se levantaba a sobresaltos de la cama ante algún ruido y corría hacia la puerta. Aún ahora, que la reja del ascensor abriéndose o unas llaves chocando entre sí solo podían ser ilusiones. Sonidos dentro de su cabeza. Repeticiones de un pasado que ya no volvería más. Ella tampoco.

Cada vez le fue siendo más difícil recordar. Qué hacía. Qué había pasado. Quién era. No podía responderse así que decidió dejar de preguntar. Ahora sólo se queda acostado. A veces escucha música y una canción parece aclararle todo. Traer algo a la memoria... Alguien... Una mujer... Pero arranca el siguiente tema. Y él se apaga.



domingo, 30 de noviembre de 2014

El arte de caminar bajo la lluvia

Miralo. Está ahí y al mismo tiempo no está. ¿Cuánta gente hará lo mismo? Sus ojos inútilmente dirigidos a un profesor que sigue hablando, o hace que habla, la verdad que sería imposible para él discernirlo.

Oscurece sin anochecer. Las nubes poblando cada vez más el cielo hasta envolverlo. Relámpagos y truenos. Luz y sonido. A destiempo: primero uno y después el otro. Previsible.

Él está pendiente de todo ello. Mira las gotas golpear contra el vidrio de ese aula y sonríe con tanta inocencia que da una imagen tensionada entre lo cursi y lo patético. ¿En qué pensará…?

¿Vos decís? Sería lo más lógico: que esté abstraído de la situación, que lo mismo le daría que lloviera o que se incendie el salón. Que esté enamorado… Palabra pomposa que poco tiene que ver con lo que realmente suele suceder. Aunque en este caso, podría ir, ¿no? Pero… ¿los hombres se enamoran? A lo que voy… ¿los hombres pueden mostrarse enamorados sin querer aparentarlo?

Perdón, me estoy yendo por las ramas. Además, yo no creo que sea una mujer la que le saque esa sonrisa idiota que tiene intacta hace varios minutos.

Jajajajaja. No, ¡tonta! No digo que patee para el otro lado. Quiero decir que siento que está disfrutando de esta tormenta cada vez más fuerte. Sí, sé que parece no tener sentido porque en 15 salimos y ni siquiera trajo un paraguas.

Parece una locura pero mirá, quiero mostrarte esto.

Es algo que vine garabateando las últimas semanas. No se lo mostré a nadie antes, me da un poco de cosa lo que puedan pensar. Además me siento una boluda, o me sentía… No sé, te juro que tengo un pálpito, intuición femenina, como dicen. Y tiene que ver con él: me lleva a creer que piensa igual que yo, que puedo mostrarle esto que escribí y va a... digo, al menos, no va a verlo como una idiotez.

En fin, tomá, vos leelo. Pero mejor no me digas nada después. Es más, ni me lo devuelvas, rompelo, quemalo, hacé lo que quieras… pero no dejes que haga esa boludez de dárselo a él cual poema romántico.


El arte de caminar bajo la lluvia

Pocas cosas son tan interesantes como que una tormenta lo agarre a uno caminando por la calle. La mayoría de la gente actúa maquínicamente: sacan sus paraguas, los abren y continúan su caminata como si nada. Pobres, no saben lo que se pierden.

Yo por suerte pertenezco a esos pocos que detestan a esos elementos del demonio que extinguen la posibilidad de recibir placenteras gotas sobre la cabellera. Y sí, lo admito, esbozo una sonrisa con sabor a victoria cada vez que veo cómo el viento hace estragos con uno de ellos.

Nosotros, al descubierto, tenemos que estar sumamente atentos. Es alta la probabilidad de pisar una baldosa engañosa y caer en esa terrible desgracia de empaparse el pie, llegando el agua inclusive hasta la media.

Los descuidos pueden ser terribles. Basta con llegar medio distraído a una esquina para quedar empapado de pies a cabeza, puteando a cuatro vientos al ser la víctima de una de las pocas diversiones de un chofer de colectivos.

Y si estamos llegando tarde… Mayor es la complejidad.

Hay que encontrar el punto justo de la velocidad, haciendo una caminata rápida que resulta muy ridícula a la vista pero que es totalmente preferible a la vergüenza que provocaría patinar y caer al suelo empapado.

Ningún carril de la vereda nos conforma del todo. Para evitar mojarnos –más aún- tratamos de ir pegado a los locales y edificios, aprovechando los techos que encontramos. Hasta que algún borde que sirve de canaleta nos juega una mala pasada y el agua nos cae en los ojos o en la boca. Allí maldecimos, nos “limpiamos” con la manga mojada del buzo y nos mudamos al otro extremo, el que está más pegado a la calle. Seguimos un rato por esa vía hasta que nos damos cuenta de lo empapados que estamos, y buscamos refugio volviendo a la primera elección (como si no solo fuéramos a dejar de mojarnos sino que encima nos secaríamos de inmediato)

Ese proceso se repite varias veces, yendo de lado a lado en un camino sinuoso que se ve más obstaculizado aún por la presencia de los otros.

Seguramente de ahí venga tanto resentimiento. Y cómo para no: vas pegado a las paredes, mendigando techos y viene uno de ellos sosteniendo su “querido” paraguas mirándote fijo con cara de “soñá que me voy a correr”. Y vos no te achicás tampoco, le ponés esa cara de culo que tan bien te sale y te mirás a vos mismo, goteando por todos lados. Finalmente el enemigo termina pasándote pegado a tu hombro, con mirada altiva y con el arma a media altura, cosa de poder encajarte una varilla en el ojo “sin querer”.


Qué cosa che, esto se volvió un manifiesto anti-paraguas. Pero bueno, quién sabe… capaz alguno lea estas líneas y deje caer, avergonzado, el dichoso artefacto para así poder experimentar ese placer –antes oprimido- de caminar bajo la lluvia. 

jueves, 11 de septiembre de 2014

Consumirse

La oscuridad monopolizaba el lugar. Sólo había silencio.

Algo interrumpió.

Ese inconfundible y efímero sonido que aparece al raspar la cabeza roja de un simple fósforo de madera.

La tenue luz delató tu presencia. Tu dedo pulgar e índice sosteniendo esa lumbre. Tus ojos, apenas descubiertos en las tinieblas, molestos ante esa mínima ruptura de la bella oscuridad.

El fuego iba consumiendo la madera hasta quemar tus yemas. Pero vos permanecías inmutable.

Algo superior había ocurrido. Ese placer que –adivinaba- reflejaba tu rostro no era consecuencia del regreso a las penumbras.

Porque no era un regreso (me explicarías más tarde).

Pero esa oscuridad, que no era aquella oscuridad, no era lo único que estaba aconteciendo.

Un aroma en forma de humo. Un fino hilo que se filtraba por la nariz. Y allí realmente te relajabas, como si fuera todo lo que necesitabas, todo eso que habías estado deseando.

Ese mismo sueño se repitió varias veces, varias noches. Hasta que logré interpretarlo. Hasta que finalmente pude descifrar tus intenciones.

Después de semanas enteras viendo tus fotos, recorriendo esos lugares que habían sabido ser nuestros.  Luego de un insomnio cargado de inentendible culpa, de ese ferviente deseo de haber sido yo y no vos.

Todo pareció tan claro en ese instante. Entender que yo permanecía ahí en alguna oscuridad, inhalando ese melancólico humo que dejaste al apagarte.


viernes, 25 de julio de 2014

El clásico

RELATOR (Sergio Rojas)              
COMENTARISTA (Mario Gutiérrez)
CAMPO DE JUEGO (Miguel Ángel Paz)

RELATOR: -Buenas tardes a nuestros oyentes, hoy nos reunimos con motivo de un encuentro de esos que siempre da gusto ver. Dos rivales, cuya enemistad es casi tan grande como su complementariedad.  No fue una buena temporada para la pareja de enemigos, una fuerte pelea con un matrimonio amigo los dejó solos para su desgracia o fortuna, vaya uno a saber.

Por un lado tenemos a Javier que, pasando la barrera de los 35, desea con todas sus ansias irse a Uruguay, los dos solos, a pasar navidad y año nuevo.  Sin embargo, no tendrá una tarea fácil ya que por el otro túnel en cualquier momento saldrá Mariel con sus 32 perfectamente disimulados y con el estandarte de la familia sobre ella, promoviendo a los 4 vientos una reunión con los padres de ambos que se convertirá en una cena campal.

Cabe aclarar que ella lo tiene de hijo, es difícil recordar cuál fue la última victoria de Javier. Quizás el partido que tenemos más fresco es el de hace dos años cuando tuvieron que decidir la decoración de la nueva casa.

Los cuadros con los que uno se choca al entrar son el recordatorio de esa bochornosa goleada que sufrió Javier.

Pero bueno, hoy tenemos un nuevo encuentro y las chances, junto con las esperanzas, se renuevan.

A mi lado está mi colega y cónyuge desde que tengo memoria, el gran Mario Gutiérrez. 

COMENTARISTA: -Es un honor poder estar aquí con vos, Sergio. Como ya se anticipó, hoy tenemos ese encuentro del que todos están pendientes, ese que cuando se larga el fixture es el primero en el que todos se fijan. Y por alguna rara razón, de esas que hacen tan hermoso y real a todo esto, se dio que se encontraran hoy, donde todo se define.

RELATOR:-Mi compañero está en lo cierto, y es que desde principio de año todos pronosticaban que hoy sería una final, con los dos teniendo un año dorado como resultan ser –siempre- los primeros de la convivencia. Pero tenemos un panorama totalmente distinto: la típica vida de la parejita feliz que ya había mostrado la hilacha el año pasado con esas vacaciones frustradas que hicieron tambalear un poco las cosas, se ve ahora en decadencia para la sorpresa de todos. Podría decirse que esta tarde nublada ambos van a estar “jugando por nada”.

COMENTARISTA:-Permitime corregirte algo, cualquiera que viera la tabla creería eso, cualquiera que tenga su anular desnudo. Cualquier artista del matrimonio (como vos y como yo) sabe que en estos partidos nada tienen que ver los puntos que tenga cada uno. Acá se ponen en juego cosas mucho más vitales, importantes y reconocidas. Acá hablamos de honor y de orgullo. Llegando a fin de año se vuelve a repetir la discusión de siempre: ¿dónde pasar las fiestas? Lo que termina volviéndose una odisea…

RELATOR:- Pero sin más preámbulos,  dejo lugar a lo que realmente vinimos a ver. En el campo de juego ya está ella, con un vestido de verano holgado, que deja imaginar un sinfín de figuras bajo su tela, el pelo envuelto en un rodete, como para que no la distraiga en su lucha. Casi que esboza una sonrisa al ver que por la puerta del garage entra su rival y marido, pero se da cuenta que eso sería una muestra de debilidad, así que vuelve a poner su mejor cara de póker, desviando su mirada.

PERIODISTA DE CAMPO:- Así es mi querido Sergio, a paso firme entra Javier, hoy vestido de traje azul con algunas hilachas colgando y el cansancio característico en su rostro. Cierra la puerta bruscamente y  pasa pegado a su mujer, sin saludo mediante e ignorando su presencia. Está con mucha bronca, sabe que ni una victoria hoy va a mejorar su pobre imagen en esta campaña.

RELATOR:-Muchas gracias por los detalles Miguel, ¿cómo ves el campo de juego? ¿Está a la altura de un partido de tal magnitud?

PERIODISTA DE CAMPO:-Quisiera poder decir que sí, pero la verdad es que tenemos un terreno vergonzoso. El polvo está instalado en todo el cuarto a flor de piel y hasta hay alguna que otra prenda tirada en el piso, obstaculizando el paso. Aunque esto no sorprende, es el fiel reflejo de la actuación de ambos.

COMENTARISTA:-Esto no es ninguna novedad, es que en cada discusión importante, el desorden es moneda corriente. Es casi un arma intencional que usa ella, una forma de demostrarle a él que, de las promesas que se hicieron en el 2000 ante cientos de testigos, ni la mitad se cumplieron.  El descuido y la poca preocupación le ganaron el terreno a la grandeza que años atrás los caracterizaban.
Y hoy volverán a verse las caras en una discusión que culminará en la elección de la sede de las fiestas de fin de año. Roguemos que sea frenética como nos tienen acostumbrados.

RELATOR:-Bueno, ya está todo dispuesto para comenzar el encuentro, Mariel le clava los ojos a su rival, quien asintiendo con la cabeza le da el ok. Suena un pitido aislado que, por lo que podemos apreciar, viene del microondas de la cocina.

Y ella no pierde el tiempo, se lanza entre tropiezos al ataque mediante reclamos y quejas, tibias aún.  Empieza a querer llamar la atención de Javier excusándose de que este olvidó arreglar la luz de la entrada. Ambos saben que dicho desperfecto es algo que poco les preocupa a los dos, pero al fin y al cabo cumple con su cometido y lo mete al pobre hombre en el partido inconscientemente.

Ella levanta la voz. Se pone frenética. No vacila y le dice que no lo reconoce… Que no es el mismo. “¡Que me ibas a hacer felíz, que íbamos a ser una hermosa familia!…” exclama lanzándole el repertorio de promesas rotas.

Pero él sin hacerse problemas le responde que las personas cambian (gracias a Dios), poniendo en órbita la pelota de forma soberbia.

COMENTARISTA:-Por fin me hicieron levantar de la silla, aunque el defensor haya podido despejar ese centro envenenado sin problemas. Mientras esperamos, inocentemente, que devuelvan la pelota que desapareció mágicamente en el centro de la popular.

Ahora que ya estoy parado, más vale que no me hagan sentar de nuevo, consideren que ya soy una persona mayor.

RELATOR:-Perdoname Mario, ¡pero la pelota queda bollando en la medialuna del área que protege Javier!

Ella entra con total libertad y lo acusa con palabras secas pero certeras:

 “Nunca te animaste a presentarme ante tus padres, ¿tanto te avergüenzo? “

COMENTARISTA: Hay que tener en cuenta que su casamiento –casualidad o causalidad- había caído justo cuando los padres de Javier estaban en un crucero, así que no habían podido estar presentes en la boda.

RELATOR: Él sonríe tímidamente, sabe que ella tiene razón y parece que va a ceder, pareciera que vamos a tener la primera emoción de la tarde…

COMENTARISTA: ¡TRAVESAÑO! Se arrepiente a último momento y la pelota sale disparada hacia la tribuna.

RELATOR: Javier “recuerda” que sus padres se iban todo diciembre a España a visitar a su hermana. Y encima da vuelta la situación ahora quejándose de que ella decidió fijar esa fecha, a pesar de los reiterados comentarios de su marido sobre la situación.

Hoy sí que no es el día de suerte de Mariel, en un partido chato, el larguero le impidió robarle un sí de la boca a su pareja. Esto sigue 0-0, por ahora.

El rebote favorece a Javier que la duerme con el pecho y la envía verticalmente hacia el otro extremo de la cancha, en lo que podría llamarse su primer ataque. Con dos pases ya llega al área grande y es letal con sus palabras: “¡Por lo menos siempre te fui fiel!” dice enérgico y seguro de sí mismo. El remate es inatajable, palo y a la bolsa. 1-0 para Javier que parece encontrarse con el gol casi sin buscarlo.

COMENTARISTA:-Esto si que es un golpe bajo Sergio, es la llevada a la práctica de un perfecto contraataque. El pilar de las leyes del fútbol- y la vida- : los goles que no se hacen en un arco, se hacen en el otro. Y así fue, nada pudo hacer Mariel que ahora está en desventaja cuando parece restar poco para que se nos vaya la primera etapa.

RELATOR:-Mariel no para de hablar ahora, buscando el espacio para filtrarse. Sabe que queda poco tiempo y un gol es vital en este momento si quiere pensar en una cena familiar. Javier está tranquilo con su ventaja y sabe que su golpe (que al finalizar el partido corroboraremos qué tan legal fue)  desbarató todos los planes de su rival que no sabe qué hacer.

Hasta le ofrece un abrazo amistoso, como compadeciéndose de Mariel, pero ella casi ofendida lo saca y entre balbuceos se tira al suelo, simulando y acusando a Javier de algo que no queda muy claro.

COMENTARISTA:-Puede verse claramente como ante el roce del rival Mariel se tira a la pileta, pero el propio contrincante sabe que es demasiado bueno (léase boludo) como para continuar la jugada. Siempre la misma historia…

RELATOR:- Ella deja caer unas lágrimas (cada vez más) sobre su mejilla y entre sollozos le pide perdón por la discusión, y que olviden todo porque ella no quiere pelear, rematando con un “Vayamos a Uruguay amor, si eso te hace feliz”.

Su esposo se ablanda y le ofrece la mano, tratando de llegar a un acuerdo beneficioso para ambos.

Esperen, ella aprovecha la distracción y lo toma del codo. “Nunca me diste un hijo” recrimina Mariel. Pero su esposo está débil, y sólo puede quedarse mirando como un idiota a su mujer con el maquillaje corrido y las lágrimas llegándole al cuello.

No tiene ánimos de retrucarle nada, así que se enmudece. Mariel celebra el gol burlándose de la culpa y su propia conciencia que quedaron en el piso, exhaustas por la corrida.

COMENTARISTA:-Si dicen que la vida es injusta, ¿entonces qué le queda al matrimonio? Este “deporte” tiene esas cosas maravillosas como la que acabamos de presenciar: un equipo que estaba perdido, casi en knock out, con la mente nublada, y aprovecha la distracción del rival para meter un gol cuando de fondo se escucha un timbre que, ambos saben, bajará el telón de la primera parte.

PERIODISTA DE CAMPO: Te interrumpo, la calentura que tiene este muchacho no tiene nombre. Patea el micrófono de ambiente y se estrella la mano contra el espejo del comedor, astillando mucho más que un simple vidrio. Con la mano ensangrentada lanza unas puteadas al aire y se encierra en el baño en lo que, me parece, es una de sus decisiones más inteligentes esta tarde. Por mucha calentura que tenga, sabe que no puede culpar de su vida a su mujer, aunque tenga ganas de matarla.

Esto es una bomba de tiempo, algún día tendrá que explotar.

RELATOR: Ella sigue ahí en la cocina, ahora que nadie la ve, muestra desinhibida una sonrisa que lejos está de ser inocente. Abre la canilla y deja que el agua fría caiga sobre los platos sucios, a ver si puede hacer más leve la alta temperatura que se respira en el departamento.

COMENTARISTA: No hace falta aclarar mucho más, los que siguen de cerca la historia de esta pareja saben que esta es una imagen común cuando las cosas se ponen feas. Y ahora seguramente Javier entre a darse una ducha, ¿estoy en lo cierto Miguel?

PERIODISTA DE CAMPO: No podría haber funcionado mejor la sincronización, al chorro de agua que pegaba contra los platos en la cocina, ahora lo desafía uno más fuerte que resuena contra el piso de la ducha.

RELATOR: No sé muy bien cuántos minutos pasaron, pero parece que la puerta del baño comienza a abrirse lentamente… y sí, efectivamente ahí sale Javier, con la cabeza totalmente lavada (figurada y literalmente).

Tiene un aspecto completamente distinto al que vimos en la primera etapa, pero no nos hagamos expectativas, no vaya a ser cosa que después nos las tengamos que guardar…

COMENTARISTA: Me llegan algunos mensajes de espectadores muy atentos que aseguran que esto forma parte de una cábala. Ahora, habría que analizar qué tan efectiva es esta cábala porque, sin ofender, de las últimas 6 discusiones, 5 las ganó Mariel y una finalizó en una polémica paridad. Pero bueno, cada loco con su tema…

RELATOR: Ella no lo ve salir del baño, tampoco lo escucha, pero por alguna clase de inercia se dirige hacia el centro del living, coincidiendo en el pequeño sillón de cuero ajado.

COMENTARISTA: Vale aclarar que ese sillón tiene un valor simbólico: era el único mueble que había en el departamento cuando lo compraron y, por alguna extraña razón, decidieron dejarlo ahí, intacto, a pesar de que a ninguno de los dos le agradaba demasiado.

RELATOR: Vuelve a escucharse un pitido, ahora es de la alarma que enciende una luz naranja que ambos ignoran.

Ella, como antes del corte y con el impulso de una batalla ganada, va en busca de una victoria en la guerra. Pero cuando llega al campo rival, se sorprende ante el cambio de mentalidad de su marido.

Se sorprende de la facilidad que tiene para manejar la pelota así que, con la frente alta y haciendo un gestito que a más de uno no le caería muy bien, vuelve a mandarse al ataque.

Le hace la pregunta bisagra, esa que, cree ella, no hay forma de que no sea gol. Le reitera sobre por qué Javier no quería tener hijos.

Pero él responde de forma envidiable, y le quita el foco al planteo de su mujer para traer un tema mucho más delicado como lo es su relación. “Primero lo primero” concluye Javier…

COMENTARISTA: Mariel acusa un codazo pero las repeticiones no ayudan para corroborar su veracidad. Parece que la constante simulación esta vez le jugó en contra ya que, en mi opinión, efectivamente existió un golpe contra su pómulo que no presenta ningún corte (de milagro).

RELATOR: Si mi colega está en lo cierto, esto sin duda elevará la temperatura de la discusión y tensará al máximo los minutos que resten.

Ella ahora vuelve a lagrimear y comienza a tartamudear un “Te amo” que hasta se vuelve poco creíble. Y parece que no somos los únicos cansados de tanto show, Javier sin exaltarse le pide que actúe como una persona de su edad agregando un “ya estamos grandes”

Javier toma las riendas por primera vez en el partido…

COMENTARISTA: …en la vida…

RELATOR: Totalmente, por primera vez en la vida es él quien tiene el poder y sabe que podría liquidarlo. Él lo sabe muy bien…

COMENTARISTA: Este es el momento, Javier puede cerrar el encuentro y dar la nota de la fecha.

RELATOR: Ella está frígida, con los labios sellados, sabe que un empate es negocio en esta situación y que si quiere ganar el partido tiene que jugarse a matar o morir, demasiado riesgo para alguien tan poco valiente.

Y ahora Javier se ve obligado a decir algo. El silencio es incómodo y cada vez pesa más. Es consciente de eso así que por fin abre la boca para…

El teléfono se le anticipa y lo salva. Ambos saben que va a dar fin al partido dejando un empate con un gusto amargo para ambos.

COMENTARISTA: Poco importa el detalle de que quien llamaba era alguien promocionando una concesionaria de automóviles. Eso es más que suficiente para dar por terminado el encuentro.

PERIODISTA DE CAMPO: Quisimos tomarle unas palabras a Javier pero se fue rápidamente a su cuarto donde permanece hace unos minutos refugiado con el televisor al máximo volumen.

En cambio, Mariel  quiso ofrecernos una declaración por cuenta propia. Después de repetir el  viejo casette de que mereció ganar, quise hacerle una pregunta sobre lo que realmente pensaba, pero un policía me tomó del brazo y me escoltó hacia la salida.

RELATOR: Me imagino que la pregunta que ibas a hacerle era acerca de cómo se veía en la elección, postergada, del lugar donde pasar las fiestas.

PERIODISTA DE CAMPO: En realidad era una pregunta que me viene carcomiendo la cabeza y tiene un sentido mucho más profundo. Iba a preguntarle si realmente creía llegar juntos a fin de año. Te hago la misma pregunta a vos Sergio, para que quede dando vueltas en tu cabeza.

RELATOR: Prefiero no hacer ningún pronóstico, al fin y al cabo el tiempo dirá.

Y así nos despedimos dando fin a la transmisión.  Un gusto haber podido estar al lado del gran Mario.

COMENTARISTA: El honor es mío, hasta luego.


-FIN DE LA TRANSMISIÓN-

lunes, 14 de julio de 2014

Me matan Limón!

Perdí la cuenta. Debo llevar meses acá adentro. ¿Estaré loco? Es probable, pero no por eso estoy equivocado. Una cosa tengo bien en claro: acá voy a estar más seguro que en cualquier otro lado. Mi mayor miedo sólo es mi conciencia.

¿Debería haber contado los días? No, de ninguna manera, eso de andar tachando palitos aumentaría mi locura. Aparte… eso se los dejo a los presos, pero yo estoy libre. Porque estoy libre, ¿o no? Sí, ¡tengo razón! Yo elegí quedarme acá, nadie me obligó. Es más, si se me diera la gana podría abrir la puerta ahora mismo e irme. Levantarme, abrir la puerta y poner un pie en la vereda, ¿ves? Nada de otro mundo.

Si quisiera… pero no, no quiero. ¿Qué ponés esa cara? Acá estoy bien, perfecto diría yo. Y mirá, me quedan todavía algunos paquetes de fideos y varias latas con comida. Mejor que nunca. Y…

Se supone que en algún momento tiene que terminar esta guerra. Todo tiene un fin, ¿no es así? La gente no puede andar peleándose eternamente, en algún momento debe terminar. Aunque… la otra vez dije lo mismo y prendí la tele. ¡¿Para qué?!  ¡Explicame! Estaban con todo eso de tragedia por acá, tragedia por allá (es increíble cómo se ponen de moda las palabras)

Esto no va a mejorar, podría pero no va a hacerlo.

Aunque me enseñaron a ser optimista de chico, pero tampoco la idiotez. Mantener siempre la regla de no salirse de la realidad. Sin embargo, en esta situación, ¿puede existir una realidad? Los límites ya son tan difusos, podría haberme ya separado de mi cuerpo, verlo ahí tendido en el piso de mi departamento llenándose de pelusas… Ver cómo todos los buitres lo despedazan poco a poco y reírme a carcajadas.

Varias veces tuve un sueño. Imaginátelo: yo estaba en un campo militar temblando, haciendo malabares con un rifle para que no se me cayera entre las manos. Y en eso cae algo, nada muy claro, todo retumbaba, un chillido infernal, gritos y luego silencio.

Al principio creí que era una pesadilla, luego comprendí que era un sueño y – ¿por qué no? - una fantasía. Porque considero­ que sería menos sufrible ser bombardeado. Pará, no me matés, escuchá,  no me burlo de nadie. Pero esa sí que es una guerra tangible, y no esto. No esta guerra sin enemigos. Batalla de nunca acabar que no se ve en la calle, pero está. Todos saben que está, nadie puede esconderla.

Y los medios, malditos medios de comunicación. No abrás la boca, ni se te ocurra excusarlos. Sabés que son indefendibles. Ellos lo crearon todo. Yo no me como ese buzón, y tampoco deberías hacerlo vos. Y nosotros acá como unos idiotas siguiéndoles el juego. Viviendo con miedo por un puto rating (que vale aclarar, sigo sin entender bien qué significa)

Pero se terminó, sólo les daré de comer una última vez pero a mí ya no me joden nunca más. Adiós, les adjunto un título bien amarillista y popular –de esos que les encantan- para este suicidio:

Me matan Limón!