viernes, 6 de junio de 2014

A la mujer de mi vida la encontraré en un ascensor

No es un presentimiento, ni un vaticinio delirante para poder regodearme después al cumplirse. Porque se terminaría cumpliendo. No, no por el destino; sino por fuerza propia y manipulación de las situaciones.

Pero no me salten a la yugular, tranquilos que al destino lo dejo en paz así no me rompen más. No me escrachen en su lista de opositores al oráculo griego. Qué más da, me importa ocho cuartos.

Mejor paso a lo que realmente les vine a hablar.

Es fundamental la imaginación a la hora de entender este razonamiento, así que cierren los ojos, abran la mente. Espíen todo lo que quieran.

Un ascensor, mientras más estrecho mejor. Bien antiguo, con la típica reja que se abre cortando clavos, y la amenaza siempre latente de que se detenga entre dos pisos.

No sé si lo habrán notado, pero la gente allí adentro se transforma.

De repente, cambian su metabolismo y respirar ya no es un signo vital. Repetir esas frases obligadas no significa conversar. Y los ojos… no se les ocurra cometer la torpeza de coincidir la mirada con otra persona, eso significará bajar la vista de inmediato y no despegarla del abrojo gastado de las zapatillas durante el resto del trayecto.

Sí, sé lo que piensan. Y tienen razón, no deja de ser una cuestión de segundos. ¡Pero qué segundos…! Eternos. Insoportables. Con ese pitido infernal sonando en cada piso, segundero de pesadillas.

Incluso la tan ansiada llegada a la planta baja genera problemas. Unas miradas, unos cabezazos inútiles y unos movimientos toscos. Hasta que alguno (generalmente el que está más cerca de la reja) gira su torso intentando mover lo menos posible los pies, para finalmente abrir la tapa de esa olla a presión y salir disparados al exterior.

Es inadmisible olvidar el saludo por compromiso, ya que tal falta significaría convertirse en un mal vecino.

Entonces, cuando me quiten el aliento y eso me acelere el corazón, cuando me obliguen a decir (pensar) palabras que signifiquen una conversación, cuando mi mirada quede hipnotizada, perdida, en la suya… ahí sabré que he encontrado a la mujer de mi vida en un ascensor.


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